Alexander Lukashenko nunca ha perdido una oportunidad de explicar cuáles son sus valores democráticos. En agosto de 1991, como miembro del Parlamento bielorruso, declaró su apoyo al grupo de golpistas que intentó derrocar Mijaíl Gorbachov en los últimos días de la Unión Soviética. Cada vez que se le ha recordado ese posicionamiento, Lukashenko ha estado encantado de explicarse: «Se debe controlar el país y lo más importante es no arruinar la vida de la gente. El estado nunca me permitirá ser un dictador pero el estilo autoritario está en mí y siempre lo he reconocido».
Nacido en 1954, Luka-shenko comenzó su ascenso político tras dirigir una granja colectiva en los años 80.
Desde su ascenso a la presidencia bielorrusa, en 1994, Lukashenko ha sido fiel a sus principios. Dos años después de ser elegido presidente, disolvió el Parlamento cuando los diputados se disponían a destituirlo. Aprovechó para elegir a dedo una nueva Cámara y extender en dos años su primer mandato. Volvió a salir reelegido en 2001 y decidió acabar con la limitación de dos mandatos.
Todas las victorias electorales de Lukashenko, que nunca baja del 75% de votos, incluyen denuncias de fraude y una violenta represión de la oposición, cuyos candidatos suelen dar con sus huesos en la cárcel.
Sin embargo, parece que está a punto de perder a su más fiel aliado. El presidente ruso, Dmitri Medvédev, le ha acusado de romper «no ya las normas diplomáticas sino las normas básicas de comportamiento». El error de Luka-shenko: haber criticado a Borís Yeltsin y al primer ministro ruso, Vladímir Putin.Diario Público.es