El articulista Francisco Rivero escribe un artículo en El Universal que dice esto: «Todo parece indicar que Chávez quiere morir pero no de gripe ni de reumatismo sino de otra cosa. Morir de una causa tan común creo que afectaría su autoestima y hasta terminaría protestando post mortem ante ese final tan indigno de su condición de líder magnánimo del Alba. Lo más probable es que desea otro tipo de muerte, pero no por causas naturales sino antinaturales. Un magnicidio, por ejemplo. Similar a Abraham Lincoln, John F. Kennedy, Jorge Eliécer Gaitán o John Lennon que han trascendido en el tiempo gracias a su obra pero también a su muerte inesperada».
Y Chávez lo sabe. Y como también cree que su obra robolucionaria en Venezuela y en los países bolivarianos es casi perfecta, a lo mejor piensa que lo único que falta para alcanzar esa perfección es su martirio. De paso, lograría la gloria al eternizarse en el tiempo. El problema es que, como ha repetido tantas veces esa cantaleta y nunca ha pasado nada, nadie le cree. Por tanto, no sería extraño que en cualquier momento utilice el último recurso: suplicar, en cadena nacional y sin tapujos por favor, mátenme, aunque perdiera el resto, de lo poco que le queda, del sentido del ridículo.
Pero, la realidad es otra. Para mala suerte de Chávez nadie quiere su muerte natural ni, mucho menos, su muerte antinatural, por 3 razones. Una razón sería la esperanza que tiene el pueblo de ver, algún día: su juicio, su sentencia de cadena perpetua y expropiación por daños irreparables al patrimonio de la nación, en sus 12 años de pésimo gobierno. Otra razón sería la convicción democrática que existe en este país que induce a buscar la muerte política por la vía electoral antes que el magnicidio. Y en este sentido, todos sabemos que, desde las elecciones del 26 de septiembre, Chávez es un moribundo político; que será derrotado en las elecciones de este 5 de diciembre y que está en la cuenta regresiva del pueblo venezolano para ser borrado del mapa político en el 2012.
Y otra razón para no complacer los fúnebres deseos de Chávez es pensar en la sampablera que se formaría en la población con su óbito antinatural. Sería similar a una guerra civil. Y no vale la pena por un solo hombre. Aunque esa hipotética sampablera parece ser pura política intencional de intimidación de Chávez, más que una realidad, pero el impacto internacional, comenzando con Unasur, sería catastrófico para el país porque los estados han convenido en no permitir tocar ni siquiera con los pétalos de una rosa, mucho menos con un golpe de Estado, a ningún gobierno, y el colmo: haciendo mutis de regímenes disfrazados de demócratas que aplican políticas autocráticas en la población, incluyendo estrategias descaradas de manipulación electoral, para eternizarse en el poder. Fin de mundo.
De todas maneras y a pesar de que a nadie le gusta hablar de la muerte, aunque es lo más seguro que tenemos en esta vida, las personas como Chávez tienen 2 tipos de decesos: la muerte física y la política. La muerte física puede ocurrir en cualquier edad, solo que la mayoría de venezolanos deseamos que Chávez logre alcanzar los 100 años, completamente sano, sin un rasguño y sin enfermedad de Alzheimer para que cumpla ad integrum su sentencia de cadena perpetua por daños irreversibles al patrimonio de la nación. En cambio su muerte política está, como dice Walter, en pleno desarrollo.
O sea, la vida de Chávez sería una vida ambivalente: físicamente vivo y políticamente muerto. Su final. EL UNIVERSAL