Hace siete días decidió instalarse en el pasillo que da entrada a su apartamento y dice que no se moverá de allí hasta recuperar lo que por ley es suyo. En un colchón inflable individual duerme con su hija mayor, se alimentan de lo que le llevan sus familiares y se asean en un lavamanos ubicado en la planta baja del edificio y con toallitas húmedas de bebé.
Sin pudor alguno, los inquilinos siguen haciendo vida dentro del apartamento de Álvarez. «Ellos salen en la mañana, como si nada, salen mirando hacia el piso, como si no estuviéramos ahí, además traen visitas», relata llena de indignación la propietaria, quien recuerda que en un principio tuvo buena relación con los inquilinos. «Yo hasta le traía regalos a los niños», recuerda. MAS DETALLES