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Afganistan, un verdadero infierno para tropas estadounidenses

24 julio, 2011

TINO BRUGOS / VIENTO SUR – La situación en Afganistán no deja de deteriorarse. La misión internacional impulsada por los Estados Unidos se encuentra ante un callejón sin salida. El país no se estabiliza. Por el contrario, la insurgencia continúa su ritmo ascendente convirtiendo su actividad en un verdadero infierno para las fuerzas invasoras. A esto hay que añadir las enormes dudas suscitadas tras el anuncio por parte del presidente Obama, de la retirada de tropas norteamericanas desplegadas por todo el territorio.

Como era previsible, las acciones de la insurgencia talibán se han incrementado a un ritmo muy preocupante para las fuerzas invasoras.

Estaba anunciado de antemano que una ofensiva islamista era inminente, pero además es de sobra conocido que, por causas geográficas y climáticas, la guerra en Afganistán se reactiva siempre coincidiendo con la llegada del verano.

En vísperas de una difícil transición

La perspectiva de una retirada, escalonada pero inevitable, de las tropas occidentales, abre paso a un escenario político nuevo para Afganistán. En teoría debería tratarse de un estado basado en el funcionamiento de un sistema parlamentario, con elecciones, y capaz de administrar todos los rincones del país de cara a prevenir el desarrollo de movimientos islamistas radicalizados.

Sin embargo, vista la situación sobre el terreno, las perspectivas no son especialmente favorables de cara a un desarrollo lineal y sin sobresaltos del proceso de repliegue. Es más, comienzan a ser numerosas las voces que dudan de la viabilidad de ese futuro gobierno independiente, sobre todo si lo que se pretende es la permanencia en el poder de Hamid Karzai, máxima expresión del gobierno títere impuesto por los Estados Unidos tras la invasión que puso fin al gobierno talibán y, al mismo tiempo, de la todopoderosa corrupción que se extiende por todo el país.

Al hilo de estas dudas, dos fantasmas comienzan a deambular por la calles de Kabul. El primero hace referencia a la retirada de las tropas soviéticas en 1989 y su heredero, el gobierno de Najibulah.

Durante los dos años siguientes realizó esfuerzos desesperados por ampliar la base social del régimen que dejaron los rusos tras su retirada. Para ello intentó atraer a grupos urbanos secularizados, sectores disidentes del viejo partido comunista especialmente implantados entre la minoría tadjika, tradicionalmente excluidos de las esferas de poder.

El resultado es sobradamente conocido: en 1992 una heterogénea coalición de grupos islamistas tomó el poder y Najibulah tuvo que refugiarse en las dependencias de la ONU en Kabul, donde permaneció hasta la toma del poder por los talibanes, quienes le sacaron de la delegación diplomática para ahorcarle en público.

El otro fantasma que empieza a hacerse presente es el de Saigón. Se trata en este caso de la catástrofe que supuso para los Estados Unidos el hundimiento del régimen corrupto y autoritario de Van Thieu, encargado de dar continuidad al conflicto tras la retirada norteamericana para abrir una nueva etapa que tenía como objetivo principal vietnamizar la guerra.

Las imágenes de las últimas horas del gobierno títere, con cientos de personas huyendo de la ofensiva guerrillera y los helicópteros norteamericanos atestados de fugitivos, comienzan a reaparecer y están llamadas a convertirse en una pesadilla para los estrategas del imperio si no son capaces de ordenar el proceso de repliegue y retirada y consolidar, al mismo tiempo, al gobierno heredero de Karzai.

Al igual que la caída de Saigón supuso el hundimiento total del sistema levantado por los Estados Unidos para defender sus intereses en el Sureste asiático, existe hoy el riesgo de que un gobierno débil en Kabul tenga sus días contados, lo que supondría la evidencia más clara de la inutilidad del conflicto iniciado por G. Bush tras los atentados del 11-S.