REDACCION IO.-Es el pan de nuestros días: hablar de política. Muchas veces es inevitable el tema en un país severamente polarizado. Atravesado por dos aguas que arrinconan a cualquiera.
Así pasó también con la familia del fallecido procurador CArlos Escarrá.
A Su hermano (Hermann) le correspondió asistir a la Asamblea Nacional y dar unas sentidas palabras de despedida.
«Se murió mi hermano y estábamos peleados», lo dijo por el cañón y visiblemente emocionado, Hermann
Confesó que, entre él y su hermano, existía un pacto interno, que sólo sabían sus familiares.
«Muchas veces quisieron ponernos a discutir entre nosotros, y evitamos todo tipo de confrontación» aseguró, señalando que en muchas ocasiones tuvieron que debatir públicamente sus posiciones políticas en los distintos medios de comunicación.
Que triste. Una vez más, qué tristeza que el odio que vemos a diario por medios y por dirigentes políticos haya permeado el núcleo familiar.
Nos peleamos por una botella vacía. Por Chávez o los opositores. Ninguno o ambos, valen la pena.
En las redes sociales se dijo que Hermann estaba en Globovisión cuando recibió la noticia sobre la muerte de su hermano, que venía padeciendo una afección cardíaca, informaba Mario Silva en La Hojilla.
«Nos hicimos los exámenes en Cuba, y él no salió muy bien parado», recordó el comunicador.
Luego fue nombrado en agosto 2011 por el Presidente, y se esfumaron todas posibilidades de regresar al chequeo médico, porque Chávez no le da tregua a nadie.
Ni siquiera a sus ministros, pues muchos de ellos han debido dejar el tren ejecutivo por problemas de salud y estrés.
Ni siquiera él mismo se cuidó y de allí le sobrevino el cáncer.
Ojalá y este momento de dolor, de emociones, sirva de ejemplo a los venezolanos para que dejen la política fuera de sus casas, para que bloqueen el tema en sus hogares, porque créanme, es un verdadero cuchillo llevarlo al seno familiar.
Como los hermanos Escarrá hay muchos, cientos en Venezuela. Encontrados por dos visiones de país, por dos ópticas que con los años se hacen irreconciliables y recargan sus batería de odio.
RUBEN MARCANO/IO