MIGUEL A. JAIMES N. / APORREA – “Operación Centauro” fue el nombre código para el plan de eliminación física de un grupo de religiosos que estuvo bajo sospecha severa de colaborar con las guerrillas salvadoreñas. El proyecto implicaba agentes cubanos radicados en Miami y al hoy ex embajador de Venezuela en El Salvador, Leopoldo Castillo, de quien se ha dicho era la fuente de los servicios de inteligencia que identificó a las víctimas.
Los crímenes fueron perpetrados por el brazo armado del partido fascista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) de ese país centroamericano, fundado en 1985 por Roberto D´Aubuison, a quien se les comprobó haber sido el autor intelectual del asesinato de monseñor Arnulfo Romero Arias, ejecutado de un tiro en la frente cuando oficiaba misa en la catedral de San Salvador.
En el mismo renglón criminal están otros los repugnantes y viles asesinatos de seis sacerdotes jesuitas conocidos con los nombre de Ignacio Ellacuría, Armando López, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín- Baró, Segundo Montes y Joaquín López, quienes se desempeñaban como profesores de la Universidad Centroamericana (UCA), acusados de pertenecer a la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FLMN).
La Operación Centauro fue un ambiente de terror desatado por un grupo de coroneles concentrados en el conocido “Escuadrón Tandona”, responsables de haber colocado bombas en las sedes de madres y viudas de guerrilleros caídos en combate y de la Federación de Sindicatos, ocasionando la muerte de varias mujeres y de diez líderes sindicales.
Operaban con grupos de hombres armados de fusiles y pistolas y en la madrugada del 16 de noviembre de 1989 irrumpieron violentamente en la UCA, obligando a los seis jesuitas a levantarse de sus camas, conduciéndolos hacia un pequeño patio donde fueron puestos boca abajo en la tierra, y procedieron macabramente a dispararles uno a uno balas explosivas en la cabeza.
Al marcharse, descargaron sus armas en la imagen de Cristo en la Cruz, que estaba a la entrada de la universidad.
El embajador Leopoldo Castillo
Aquí entra la participación del señor Leopoldo Castillo, autonombrado El Ciudadano. Días antes al 16 de noviembre de 1989, un ex capitán de la entonces Venezolana Internacional de Aviación (VIASA), estando al servicio del Ministerio del Interior del gobierno de Luis Herrera Campins, fue citado por el director de la policía secreta –DISIP-, Remberto Uzcátegui. El objetivo fue recomendarle una “peligrosa misión”, según sus palabras, a cambio de una gigantesca suma de dinero.
El plan se activo. El 18 de noviembre de 1989 despegó desde La Carlota (aeropuerto caraqueño) un avión, conducido por ese piloto, iban con él, cuatro comandos que se identificaron como agentes de la DISIP y quienes introdujeron en la aeronave tres bultos. Al requerirles el capitán de qué se trataba, le comunicaron, luego de comprometerlo a guardar silencio, que uno de los sacos contenía seis millones de dólares y los otros dos, cinco fusiles y muchos proyectiles explosivos.
Después de despegar el avión hace un toque técnico en Costa Rica, (Centroamérica) donde los agentes fueron presentados como personal de la Embajada de Venezuela en El Salvador.
El viaje prosigue y aterrizan en una pista de un cuartel próximo a la capital salvadoreña. Inmediatamente se presentaron dos vehículos portando en la parte delantera entre las luces y los dos guardafangos banderas de Venezuela, en estos vehículos montaron los bultos.
Al partir, fueron interrumpidos por un oficial que montaba guardia en la reja de prevención, y quien reclamó requisar los vehículos, pero los tripulantes se movieron rápidamente y consiguieron una orden del general jefe del cuartel, y el guardia tuvo que desistir en su intento.
Al llegar a la sede de la Embajada el escenario era lúgubre, las entradas estaban protegidas por una valla y sacos de cemento, inmediatamente los bultos fueron recibidos por el embajador de entonces, el Sr. Leopoldo Castillo, quien al tiempo seria conocido en el país centroamericano con el remoquete de “Matacura”.
Según investigaciones del mismo Senado estadounidense el 31 de enero de 1990, señalaron que la Operación Centauro implicaba a agentes cubanos residentes en Miami y al embajador de Venezuela, en El Salvador, Leopoldo Castillo, de quien se dice ya había trabajado en la fuente de los servicios de inteligencia que no tardaron en identificar a los seis jesuitas asesinados.
Esto, forma parte de la investigación que realizaba el Senado estadounidense respecto a la nominación de Roger Noriega cuando su nombre fue propuesto para la Subsecretaría de Estado para América Latina.
Noriega estaba conectado con Elliot Abrahams, John Negroponte, Roger Maurer y Oliver Norh, muy conocidos por sus injerencias en los asuntos internos de los países latinoamericanos y sus siniestros planes, como la “Operación Centauro”, con asesinatos y actividades criminales y Leopoldo Castillo formaba parte del servicio de inteligencia de este grupo.
A esto se dedicaba el señor Leopoldo Castillo quien aún no ha perdido sus cualidades de soplón y homicida. En estos momentos cuando la digna cónsul de Venezuela en Miami es deportada por una vulgar sinfonía de acusaciones, todos nosotros nos preguntamos ¿Dónde estaba el departamento de Estado norteamericano cuando sucedían todas estas acciones?
Leopoldo Castillo que le gusta andar de viaje por EUA reunido con unos cuestionados personajillos no es detenido, pues cuenta en su haber como parte de la nomina de la CIA y este conspirador en el moderador de uno de los programas más palangristas de la comunicación venezolana.