Saltar al contenido

La misteriosa rueda de prensa que tiene de cabeza al Pentágono

25 octubre, 2010

Treinta minutos antes de que empezara la rueda de prensa de WikiLeaks, la sala de la planta menos cuatro del hotel Plaza estaba repleta de periodistas, de fotógrafos y de cámaras. Se habían congregado unas trescientas personas, de medios de todo el mundo, para cubrir el evento. La expectación era enorme. El misterio con el que habían preparado el evento, ayudó a incrementar la expectación. La mayoría de periodistas acudieron a ciegas a la cita con WikiLeaks, sin apenas saber nada, aunque con la promesa de que algo importante iba a ocurrir.

El ambiente en aquel salón bajo tierra estaba enrarecido por el secretismo que había envuelto los prolegómenos el evento y el enigma con el que insistía en vestirse la organización. Dos días antes habían enviado un seco email masivo convocando a los medios en ese lujoso hotel ubicado en la orilla del Támesis. Una fecha, un lugar y una hora, y la confirmación que asistirían “una importante ONG y una prominente firma de abogados”. Esto era lo único que decía el email. Ninguna pista sobre si asistiría Assange. Ningún teléfono de contacto. Sólo aquel escueto texto. Para asistir había que enviar un email a una direccción facilitada, respondido con un simple “confirmado”.

Desde entonces, habían surgido todo tipo de rumores sobre quiénes podían ser los invitados y el motivo de la convocatoria. Trascendió que iba a ser una filtración mayor que la de los papeles de Afganistán en julio, celebrada también en Londres, aunque en un lugar más íntimo. En aquella ocasión revelaron 90.000 archivos militares secretos estadounidenses.

El misterio, sin embargo, había empezado a clarificarse la noche anterior, cuando WikiLeaks ya había colgado en su portal los 391.000 registros en bruto sobre Irak. Era la mayor filtración de información militar de la historia. Medios como ‘The Guardian’, the ‘New York Times’ y ‘Der Spiegel’ habían empezado a publicar los primeros reportajes a fondo sobre aquella inmunda cantidad de información. Llevaban tres meses elaborándolos.

También estaba involucrada en el evento la cadena británica ‘Channel 4’, que tras la conferencia de prensa iba a proyectar en la pantalla gigante que colgada al fondo un documental sobre el contenido de los archivos, elaborado por el ‘Bureau of International Journalism’, oficina de periodistas independiente, al que también habían entregado la documentación concreta para que preparara unas serie de reportajes especiales.

Las cámaras de televisión formaban un extenso arco a los ancho de la sala por detrás de las sillas para los asistentes. Apuntaban la mesa, elevada por un delgado estrado con cinco sillas. El enigma de los conferenciantes quedaba resuelto en los rótulos con el nombre de los conferenciantes. El rótulo de Julian Assange presidía la mesa. La “importante ONG” era el ‘Iraq Body Count’, representado por John Sloboda y el “prominente bufete de abogados” el Public Interest Lawyers, con Phil Shiner de portavoz.

En el vestíbulo de planta menos cuatro habían adecuado un servicio de catering con café y té y con cruasanes y otras pastas. Los camareros del hotel, impecablemente vestidos, contrastraban con el informal estilo de los oficiales de prensa de Assange, la mayoría voluntarios.

En un lateral del vestíbulo había otra mesa con representantes de las organizaciones que ofrecían entrevistas individuales para después de la rueda de prensa. El más solicitado lógicamente era Julian Assange. Las entrevistas eran seleccionadas por la importancia del medio y su trascendencia. Los oficiales de prensa de WikiLeaks no facilitaban números de contacto. Unicamente pedían un teléfono y el nombre de la organización. Eran ellos los que llamaban.

Minutos antes de que empezara la rueda de prensa cada periodista que quería cruzar la puerta de la sala tenía que pasar por entre un estrecho pasillo formado por fotógrafos y cámaras. Alzaban las cámaras al ver que entraba alguien y las bajaban al comprobar que no era Assange.

De pronto, un poco después de las diez, con cierto retraso, la marabunta de cámaras y fotógrados se abalanzó sobre la puerta por la que empezaba a asomar una comitiva en fila india encabezada por la alta, seria y magnética figura de Julian Assange iluminada por los chispazos de los flashes. La sala estaba silenciosa y sólo se escuchaba el nervioso disparo de las cámaras. Fueron llevados al estrado subidos en aquella fría nube de fotógrafos y cámaras. Tras sentarse en sus repectivas sillas, las cámaras cercaron la mesa, captándolos desde todos los ángulos. Pasaron dos minutos antes de que los oficiales de prensa pidieran que se despejara el estrado. La misteriosa y esperada rueda de prensa iba a empezar. La Información