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«Si no perdonas, no puedes olvidar. Si no olvidas, no vives en paz. Y sin paz, tu amor no fluye»

5 junio, 2011

Cuando estuve hace unos años en El Salvador, impartí una conferencia en la que dije: «Si no perdonas, no puedes olvidar. Si no olvidas, no vives en paz. Y sin paz, tu amor no fluye». Al terminar se acercó una señora ¡tan agradecida! Me contó que hacía más de diez años alguien de la guerrilla había matado a su hijo. No vivía tranquila desde entonces. Guardaba rencor alimentando su ira de querer hacérselas pagar a «ese» que mató a su hijo. Ese rencor no solucionaba la situación, lo único que hacía era incrementar su dolor. Entendió que no había perdonado.

«El odio envenena. Es una emoción incendiaria que destruye la capacidad de actuar con dignidad y excelencia»

«Para llegar a perdonar plenamente,darse cuenta de lo que está pasando es la base para iniciar cualquier cambio positivo»

«Cuando culpamos a los demás de nuestra ira, nos permitimos ser esclavos y víctimas de ellos»

A veces no es posible olvidar, pero sí que podemos lograr que ya no nos afecte lo que ocurrió. El problema surge cuando consideramos lo ocurrido como inaceptable, entonces somos incapaces de perdonar. Podemos considerar inaceptables ciertas situaciones vividas que se dan porque se han traicionado unos acuerdos, unos principios, no se han cumplido nuestras expectativas o no se han respetado ciertos valores. Sea cual sea la razón de lo «inaceptable», podemos aferrarnos a ella y quedarnos clavados ahí. Por mucho que no estemos de acuerdo con lo ocurrido, tenemos que aceptar los hechos. Aceptar no significa estar de acuerdo. En el mundo hay mucha rabia en contra de las injusticias. La rabia no soluciona las injusticias, sino que crea más dolor e incluso más injusticias.

El profesor Robert Enright, de la Universidad de Wisconsin, uno de los pioneros de la terapia del perdón, afirma que «cuando algo nos ha dañado, tendemos a hablar de justicia mucho más a menudo que de perdón». Cuando alguien nos ha defraudado, herido o traicionado, sentimos que tenemos que hacérselo pagar. Creemos que así haremos justicia. Consideramos inaceptable lo que ha hecho y esa rabia nos mantiene atados a la situación y a la persona que nos ofendió. En vez de perdonarla y soltarla, nos atamos más a ella, nutriendo el resentimiento.

Y al hacerlo, somos injustos con nosotros mismos: nos mantenemos en el infierno de nuestro fuego interior. El odio afecta a nuestra salud, «envenena» nuestro corazón, mata nuestra paz interior, nos seca de amor y felicidad. El odio es una emoción «incendiaria», destruye la concentración y mata la capacidad de actuar con dignidad y excelencia. Unas sabias palabras dicen: «¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona». EL PAIS